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Alejandro De la Garza

13/04/2024 - 12:03 am

“El asilo primero; después, determinar si hay que otorgarlo”

“La Convención de Asilo Diplomático de 1954, así como la Convención de Viena de 1961, garantizan la soberanía de las embajadas”.

El asalto de la Embajada de México en Ecuador.
“El lector se sorprenderá, pero esa tradición se remonta a 1850”. Foto: David Bustillos, AP

El sino del escorpión atestiguó con azoro la invasión violenta de la embajada de nuestro país en Ecuador, como respuesta policiaco-militar ilegal de ese gobierno al otorgamiento de asilo político al ex vicepresidente de esa nación Jorge Glas. Los hechos llevaron al arácnido a los archivos y publicaciones sobre la tradición mexicana de otorgar asilo a los perseguidos políticos, refugio a los grupos en riesgo, salvoconductos a colectividades perseguidas. El lector se sorprenderá, pero esa tradición se remonta a 1850, con los indios kikapúes, expulsados de sus tierras en Estados Unidos, y continuó durante el siglo XX de manera heroica (sin exageración alguna). Se ha mantenido vigente en el siglo nuevo y hasta hoy, cuando los expresidentes del Perú, Pedro Castillo, y de Bolivia, Evo Morales, han sido asilados por el gobierno de López Obrador. Pero esta historia incluye asilos políticos que fueron verdaderos desafíos. El escorpión abrevia esta aleccionadora historia.

Uno de los primeros ejemplos de nuestra institución del refugio es la llegada de los kikapúes a territorio mexicano, grupo que huía de Estados Unidos tras de ser despojado de su territorio en la zona de los Grandes Lagos, Su llegada llevó a un tratado provisional que les cedió tierras en Coahuila en 1852, hasta que en 1859 Benito Juárez les concedió tres mil 510 hectáreas de tierra comunal de manera definitiva, tierras duplicadas, años después, por el gobierno de Lázaro Cárdenas.

En el siglo XX, años de dos guerras mundiales, nazismo, persecuciones y genocidios (años, también, de la Revolución Mexicana), la práctica del asilo se consolidó, por ejemplo, con su otorgamiento a Lev Davidovich Bronstein, mundialmente conocido como León Trotsky, asilo aprobado por el Presidente Lázaro Cárdenas ante la calidad de “perseguido político” y merecedor del estatus de “refugiado” en México, del político e intelectual de origen ucraniano, quien arribó a Tampico en enero de 1939 junto con su esposa Natalia Sedova, en un barco procedente de Noruega. Su llegada causó polémica internacional entre antagónicos (Siqueiros y otros miembros del Partido Comunista), y admiradores (Diego Rivera, Frida Kahlo, André Bretón). Al conocerse la noticia, los primeros sorprendidos fueron los soviéticos y su líder máximo, José Stalin, el más férreo enemigo del perseguido. Como se sabe, luego de un atentado fallido, finalmente Trotsky fue asesinad en la Casa Azul de Rivera y Kahlo, el 21 de agosto de 1941.

Pero la prueba de fuego para la institución de asilo mexicano llegó con el triunfo de la dictadura franquista en España, la Segunda Guerra Mundial y la expansión del fascismo. En esta historia de resistencia destaca el papel del cónsul mexicano en París y luego en Marsella, Guillermo Bosques. “Yo me siento orgullosa de ser mexicana gracias a Gilberto Bosques”, dijo una de las asistentes al homenaje que se realizó en mayo de 2014 a quien fue cónsul general de México en Francia entre 1939 y 1942. Este diplomático encarnó para muchos la solidaridad de los gobiernos de Lázaro Cárdenas y Manuel Ávila Camacho hacia los perseguidos de la guerra civil española. Junto con Narciso Bassols, Luis I. Rodríguez y Fernando Gamboa, Bosques fue el encargado de gestionar la salida de los republicanos de Francia, y asumió su protección directa con el establecimiento de dos castillos (La Reynarde y Montgrand) en los cuales ondeaba la bandera mexicana para tranquilidad de propios y advertencia a extraños sobre la jurisdicción nacional bajo la que se encontraban. El historiador de origen alemán Friedrich Katz, muy querido en México, llegó al país con su padre Leo Katz en 1940 y conservó su agradecimiento hacia el cónsul mexicano, de quien escribió un cálido retrato. Bosques ayudó a salir de Europa a miles de refugiados españoles, peor también a muchos alemanes y a otros tantos judíos que huían del nazismo.

Otro momento emblemático ocurrió cuando miles de latinoamericanos huyeron de las dictaduras y las diversas asonadas militares en la región, para encontrar cobijo en México durante de los años sesenta y setenta. Aquí destaca la acción del Embajador de México en Chile, Gonzalo Martínez Corbalá, quien al año y medio de haber sido nombrado en su puesto diplomático, hizo frente al derrocamiento y del gobierno constitucional de Salvador Allende y acompañó personalmente a la familia del Presidente, ya muerto entonces, en su viaje a México. El Embajador Martínez Corbalá no escatimó esfuerzos por proteger al mayor número de personas posible. Fueron más de 700 personas las que, entre 1973 y 1974, vivieron en la Embajada y en la Residencia de México en Chile, muchos de los cuales recibieron asilo en nuestro país. “No se le negó la entrada a nadie”, recuerda en sus memorias el Embajador, fallecido en 2017.

Otro caso memorable es el del Embajador mexicano en Uruguay de 1974 a 1977, Vicente Muñiz Arroyo, quien dio asilo a 400 personas durante la dictadura en Uruguay. El diplomático abrió las puertas de su residencia para todo aquel que llegara temiendo por su vida. Al instruir a su personal, le repetía: “Primero se otorga la protección a quien viene a pedir asilo, después se averigua si hay que otorgarla o no”.

A principios de la década de los ochenta, lee el escorpión, también llegaron a través de la frontera sur mexicana miles de campesinos indígenas que huían de la violencia de sus países, particularmente de Guatemala, obteniendo el estatus de refugiado. Pero para quienes aún se quejan de que la institución del asilo se maneja políticamente, el venenoso les recuerda que el Presidente López Portillo otorgó asilo a Mohammad Reza Pahleví, Sha de Irán, a raíz de la revolución islámica en ese país, y ese hecho no alteró las relaciones con el nuevo régimen, anque el Sha fue mortalmente célebre por sus aparatos de represión y tortura.

Es en este contexto, insiste el arácnido, es que el gobierno mexicano ha otorgado asilo al expresidente de Perú, Pedro Castillo y su esposa, así como al expresidente de Bolivia, Evo Morales, a quienes, literalmente, el canciller mexicano Marcelo Ebrard salvó la vida. Y, dando continuidad a esta historia del asilo, sucedió ahora el ataque y la invasión militar de la embajada de México en Quito, con el objetivo de aprehender a Víctor Glas, a quien se había otorgado asilo y quien, también, había sido acusado de corrupción por el nuevo gobierno de transición ecuatoriano, encabezado por el empresario millonario Daniel Noboa.

Luego de este tour de forcé por algunas anécdotas del asilo político en México, el escorpión se retira a su nido, pero antes, recuerda al lector que la Convención de Asilo Diplomático de 1954, así como la Convención de Viena de 1961, garantizan la soberanía de las embajadas. Asimismo, establecen que “corresponde al Estado asilante la calificación de la naturaleza del delito o de los motivos de la persecución”.

Alejandro De la Garza
Alejandro de la Garza. Periodista cultural, crítico literario y escritor. Autor del libro Espejo de agua. Ensayos de literatura mexicana (Cal y Arena, 2011). Desde los años ochenta ha escrito ensayos de crítica literaria y cultural en revistas (La Cultura en México, Nexos, Replicante) y en los suplementos culturales de los principales diarios (La Jornada, El Nacional, El Universal, Milenio, La Razón). En el suplemento El Cultural de La Razón publicó durante seis años la columna semanal de crítica cultural “El sino del escorpión”. A partir de mayo de 2021 esta columna es publicada por Sinembargo.mx

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